jueves, 30 de abril de 2020

FRAGMENTO DE DÍAS DE PAREDÓN Y PAN NEGRO - CRÓNICAS DE SAJARÁ



DÍAS DE PAREDÓN Y PAN NEGRO es la continuación de LA ACRÓPOLIS DE LOS PANTANOS , ambas pertenecientes a la serie de novelas titulada CRÓNICAS DE SAJARÁ.

    La acción arranca durante los días que precedieron al golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y concluye a los 9 meses de terminada la guerra; transcurre en un pueblo de la provincia de Valencia y refleja la situación en la retaguardia republicana, durante las dos primeras partes, y presenta finalmente, en la tercera, los hechos que se produjeron en ese mismo pueblo al terminar la contienda.

   El fragmento seleccionado pertenece a ese inicio de posguerra.

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   Otro asunto al que Colliure tuvo que atender durante los dos primeros meses de su actuación fue la devolución de las tierras expropiadas durante la guerra por el Comité. A medida que los propietarios de éstas se iban presentando en el Ayuntamiento, el alcalde les solicitaba que las cedieran en arriendo para repartirlas entre los cabezas de familia que no tenían ningún medio de vida. De este modo, consiguió 350 hanegadas de arrozal y 97 de huerta. Estos propietarios solían poner una sola condición:

   -No me mandes a casa ningún rojo.

   También algunos, conociendo la situación económica en que se hallaba Colliure, sugerían:

   -Trabájalas tú, Pepe.

  Tanto insistieron, que Colliure arrendó dos hanegadas de huerta.

   Numerosos fueron los propietarios de Riera para los cuales el trámite se redujo a una simple firma, pues en realidad nunca dejaron de trabajar sus propias tierras. En tales casos, Colliure experimentaba cierta dificultad en contener su sonrisa ante la presencia de estos católicos comunistas que, si no otra cosa, sí supieron encontrar la vía de en medio para conservarse, sin grandes pérdidas, durante un período turbio. No le costó mucho adivinar quién estaba detrás de todo eso.

   En resumidas cuentas, en mayo pudo iniciarse normalmente la plantación del arroz con arreglo, eso sí, a nuevos presupuestos.

   Dicho cereal abundaba en la población, pero escaseaba el trigo. Los ocho mil kilos de harina que se encontraban en los almacenes de la colectividad duraron poco. Era preciso conseguir harina donde fuera.

   Comenzó por pedirla al Comandante Militar de Sajará, a la sazón un tal Cervera. Éste replicó, escéptico y reacio:

   -¿No se ha cosechado trigo en Riera?

   -Se ha cosechado, es cierto, pero pertenece a los cosecheros y no debo…

   -¿Cómo que no? Recoja ese trigo y delo al pueblo.

   Colliure no las tenía todas consigo.

   -Ordénelo por escrito y estaré más tranquilo.

   El comandante mandó a un escribiente que extendiera esa orden, la cual firmó y estampilló con el sello de la comandancia.

   Orden en mano, el alcalde recogió el trigo que todos entregaban a la fuerza. Hubo sin embargo uno que dijo:

   -De eso nada. Ni hablar. Yo no lo entrego. Tú no puedes quitar el pan de mis hijos por la orden de un señor, aunque sea comandante.

   Colliure no contestó enseguida, sino que se quedó comidiendo un momento.

   -Puede que tengas razón y esto sea una ilegalidad. No obstante, mañana me informaré bien en Valencia, en el Sindicato Nacional del Trigo.

   La prudencia, en este caso, no se reveló mala provisión, pues cuando refirió el asunto en el mencionado departamento, el jefe del mismo le habló en términos muy agrios. No obstante, al mostrarle la orden de la comandancia, la recogió y se quedó con ella. Al día siguiente, Colliure devolvió el trigo a las familias que lo habían entregado.

   El problema de la harina, sin embargo, era acuciante y urgía traerla, de la manera que fuese, a Riera. Colliure hizo averiguaciones.

   En la Sección Agronómica de Valencia se racionaba a los pueblos de la provincia. Mas quien no la pedía, se quedaba sin ella. Era menester hallarse al corriente de ello. Colliure pidió el racionamiento de Riera y le entregaron una orden para cargarlo en la fábrica de Mompó, en Játiva. Mandó, pues, un camión grande, capaz de cargar hasta diez mil kilos. Ocurrió, sin embargo, que la harina no estaba en dicha fábrica y el camión volvió de vacío.

   De nuevo fue a la Sección Agronómica y contó lo sucedido, percibiendo allí una reacción un tanto anormal que le hizo concebir ciertas sospechas. Le cambiaron, no obstante, aquella orden por otra para que cargara en la fábrica de Ferrer, en Sajará.

   La casualidad hizo que Colliure, debiendo realizar otras gestiones, no regresó enseguida al pueblo, sino que se quedó en Valencia esperando a que, por la tarde, abrieran otras oficinas; así el travieso azar quiso que viera al jefe de la Agronómica entrar en el restaurante “El Rosado”, uno de los más caros de la ciudad, acompañado de una joven particularmente hermosa. Colliure decidió entrar también él en aquella ocasión, aunque le costara la torta un pan.

   Cuando la pareja abandonó el local, de la manera más natural que pudo, trató de sonsacar al camarero.

   -Bonita joven, ¿no? ¿Será la hija de este señor tan importante?

   El mozo se reveló más locuaz incluso de lo que Colliure hubiera podido esperar. Le contó cómo el individuo en cuestión solía desayunar, comer y cenar allí todos los días, excepto sábados y domingos, acompañado siempre de la bonita muchacha que ambos acababan de ver. Colliure calculó que el gasto ascendía a unas quinientas pesetas diarias, en aquella época. No creyó probable que aquel capital saliera de un sueldo, por elevada que fuera la asignación de su cargo.

   Al no encontrar el cupo en la fábrica de Ferrer, volvió el día siguiente a la Agronómica y, dirigiéndose al empleado de la recepción que ya le había atendido en las otras ocasiones, le explicó que tampoco en Sajará estaba el cupo de Riera.

   -Ah, y dígale también al jefe que, a la salud de este pueblo, él no comerá más en “El Rosado” con su querida.

   -¿Qué quiere usted decir con estas palabras?

   -Usted dígaselo así al jefe, que él ya lo entenderá.

   Y, sin aguardar respuesta, salió del edificio. Abajo, en la acera, se encendió un cigarrillo y se lo fumó entero. Luego subió de nuevo.

   La antesala se hallaba llena de alcaldes y delegados de Abastos. Uno de ellos, alarmado al ver regresar a Colliure, se acercó a él y le dijo:

   -¡Márchate, Pepe! Que el tío ha salido detrás de ti pistola en mano…

   -Pues no ha ido muy lejos, porque yo estaba abajo, fumándome un cigarro.

   -Te meterán en la cárcel.

   Pero el aludido hizo caso omiso de la advertencia y entró en la oficina de recepción. El empleado no daba crédito a sus ojos.

   -Pregúntele al jefe por el cupo de Riera -sugirió Colliure. –

   Éste se le quedó un rato mirando, sin soltar prenda. Al fin entró en el despacho de su superior. Tardó un cuarto de hora en salir. Mas lo hizo con una nueva orden para cargar en la fábrica Galindo, en Valencia. Colliure dejó la vieja sobre el mostrador y dijo:

   -Arriba España -pero con una pizca de sorna y una media sonrisa sarcástica en los labios.

   Ya sabía que en Valencia sí encontraría la harina en esa ocasión. Al día siguiente mandó el camión y vino cargado.

   En Abastos ocurría algo parecido con la carne viva. Pero también allí se las arregló para que no le faltara ningún racionamiento al pueblo.


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