FRAGMENTO DE "CUADERNOS DE POSGUERRA."
"Cuadernos de posguerra" retoma el hilo de la narración de la saga de los Colliure allí donde la deja "Días de paredón y pan negro", es decir en los primeros años de la posguerra española.
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LA ALCALDÍA DE
MIGUEL MATEU.
Mateu era
natural de Mallorca y vino a Sajará con las fuerzas de ocupación, de las que
era oficial de complemento. También poseía el título de maestro nacional. Le
gustó el pueblo y en él sacó profundas raíces.
No era
hombre de muchas palabras, aunque pronto se echó de ver que no por ello carecía
de ambición. Al principio debió sufrir como consecuencia del anonimato que, en
calidad de forastero, le afectaba y no sabía muy bien cómo desembarazarse de
esa suerte de armadura que lo recubría y lo aislaba, pues no era un sujeto muy
desenvuelto y proclive a las relaciones públicas; aunque, en su fuero interno,
las apetecía, como más tarde se verá.
No tardó en
colegir que, granjeándose mi amistad, podría alcanzar en breve su propósito de
obtener cierta popularidad, de la que sacar provecho un día. Con tal objeto, no
perdía ocasión de unirse a las tertulias en que yo participaba e incluso a los
paseos que, sobre todo en verano, al atardecer o durante la noche, solía dar
con el sargento Calatayud. Sin embargo, como ya se ha dicho, hablaba poco, pero
sabía escuchar. Era un hombre que marcaba su presencia con un laconismo atento.
Sucedió que,
un día de los días, se presentó en el Ayuntamiento de Sajará el secretario del
Gobernador Civil con objeto de practicar una investigación a fondo en los
entresijos de la organización local de FET y de las JONS, pues ésta no acababa
de cuajar a pesar del triunfo del Glorioso Alzamiento Nacional y la
implantación de la Nueva España, con el cortejo de beneficios y privilegios que
ello había aportado al pueblo español, sino que iba más bien de capa caída y su
balance de implantación podía calificarse sin paliativos de catastrófico. Desde
allí se me mandó recado para que compareciera de inmediato ante él.
Le habían cedido un despacho y un alguacil me
condujo hasta la puerta del mismo.
Di dos
golpes suaves con los nudillos y accioné el picaporte.
-¿Da su
permiso?
-Pasa,
pasa.
Tras una
pesada mesa, descubrí a un sujeto corpulento, de aspecto franco, calzando unas
antiparras de espesos cristales. Sus movimientos y ademanes eran, empero, vivos
y certeros.
-Toma
asiento.
Al decir
esto, removió vigorosamente su voluminoso cuerpo en el suyo.
-El
Gobernador en persona me ha encargado esta misión un tanto particular. Y es
averiguar las razones precisas por las que la Falange de Sajará se halla
virtualmente muerta. Por cierto, que dijo textualmente estas palabras: “En los
momentos que atravesamos, quiero estar en contacto con personas totalmente
afectas al régimen, que no sean capaces de cambiar una verdad por una mentira.”
-¿Y ése soy
yo?
-Por lo
menos así consta en el Gobierno Civil.
-Pues muy
bien, aquí me tiene dispuesto a responder a todas sus preguntas.
-Mi
pregunta es muy sencilla: ¿Podrías decirme de qué mala enfermedad ha muerto la
Falange de Sajará? ¿O si acaso su fallecimiento debe ser atribuido a malos
médicos que no han sabido curarla?
-La
respuesta -repliqué de inmediato – también es muy sencilla. Del mismo modo que
nadie pesca sin cebo, tampoco nadie puede vivir siendo de profesión falangista,
dejando pasar el día en rezos. Si se quiere mantener una existencia decente,
para si y para la familia, hace falta algo más. Ese algo más lo tenían antaño
los vecinos de este pueblo eminentemente agrícola. Ahora, sin embargo, los
grandes propietarios les están retirando todas las tierras que tenían en
arriendo, dejándoles en la más absoluta pobreza. Si la Falange de Sajará ha
muerto, no ha sido por enfermedad, sino por asesinato. Y ahí tiene a los
asesinos. Pues no son otros que los grandes terratenientes de la localidad.
El
secretario dejó de removerse en su sillón y, mientras me miraba fijamente, se
acomodó los anteojos sobre el puente de su prominente nariz.
-No se nos
había ocurrido enfocar el asunto desde esa perspectiva -admitió. –
A mí, en
cambio, la experiencia de la alcaldía de Riera sí me había obligado a hacerlo.
El fascismo apeló en su día al pueblo para salvar a la oligarquía
terrateniente, que se hallaba a la sazón en el artículo de la muerte,
prometiéndole el pan y la lumbre. Sin embargo, llegado el momento de poner
trigo bajo la muela del molino, no lo hay, porque la rediviva oligarquía
terrateniente no lo da, sino que se lo reserva para ella, negociándolo a precio
de usura. Estas tierras son mías, había tronado el conde. Y como son mías, las
quiero para mí. Al pueblo se le habían servido triquiñuelas para que comulgara
con ruedas de molino, amén de una gran cantidad de balas. Ahora se halla in
albis, practicando un ayuno forzoso, por lo que la camisa azul de Falange
les viene a todos demasiado holgada. El fascismo social alberga esa
contradicción profunda e irresoluble, en virtud de la cual se gana la
animadversión de los de arriba y de los de abajo, con lo que, pasado el primer
hervor de circunstancias, para mantenerse no le queda otro recurso que el de la
férula de hierro. Ahora bien, ya entonces el fascismo social sólo perduraba en
las mentes de algunos idealistas ilusos. Franco jamás había sido de los suyos,
se había limitado a utilizarlos en un momento dramático para la casta dirigente
en España. Luego, durante la posguerra, construyó con ello un aparato de cartón
piedra destinado a dar una dimensión social al régimen. Pero su segundo golpe
de Estado estaba ya dado. El poder local se hallaba de nuevo entre las manos
del cacique y su corte de terratenientes. Su presencia en el Palacio de El
Pardo era garante de tal sistema, pero ya no mediante la persuasión, sino
mediante los tanques. Restaba por saber quiénes eran los propietarios de esas
mentes ilusas e idealistas y quiénes fingían todavía ver gigantes donde sólo
había molinos.
En aquel
entonces me pregunté a cuál de estos dos grupos pertenecería el secretario que
se hallaba ante mí. ¿Y el Gobernador, o quien quiera que haya escrito ese
informe que me concernía, con aquello de “incapaz de cambiar una verdad por una
mentira”?
-Gonzalo
Velis -proseguí, - actual jefe local, se ha limitado, con sobrados motivos, a
dejar Falange tal como la encontró, ya que otra cosa no puede hacer. Cantando
el “Cara al sol” nadie se alimenta y ahora, ¿sabe usted?, lo que más abunda es
el hambre.
-Me
satisface mucho tu franqueza – repuso el secretario, ofreciendo a mi
contemplación un rostro compungido. – No obstante, urge tomar medidas contra
este estado de cosas, ciertamente lamentable. Para empezar, tendrás que darme
el nombre de una persona que sea falangista y capaz de gestionar adecuadamente
la administración de Sajará, es decir, competente para desempeñar el cargo de
alcalde, ya que, en lo sucesivo, el jefe local, según la nueva normativa,
tendrá que ser, a la vez, alcalde.
-Esa persona
no existe.
-¿Cómo es
eso posible?
-No existe
en el sentido de que el alcalde de Sajará debe ser un gran propietario, de lo
contrario le harán la vida imposible. El cargo de jefe local de Falange lo
puede desempeñar alguien que no tenga donde caerse muerto; el de alcalde es
harina de otro costal, pues implica tomar medidas administrativas que, muchas
veces, deben ir en contra de los intereses de los potentados. Quien ha
determinado la fusión de ambos cargos, sabe donde le aprieta el zapato, pues lo
ha hecho con objeto de evitar el conflicto que radica en la circunstancia
habitual de que el uno es pobre y el otro rico.
De nuevo
mis argumentos sumieron al secretario del Gobernador en un profundo mutismo.
Al cabo
emergió de sus cavilaciones y, lanzándome una mirada vivaz a través de los
lentes, me dijo:
-Con probar
no se pierde nada. Te daré un plazo de tres días para buscar al hombre que hace
falta. Pasado ese plazo, te espero en la jefatura de Valencia para cambiar
impresiones sobre el caso.
Y así
concluyó la entrevista, levantándonos los dos para marcharnos.
Al día
siguiente, por la tarde, me fui para el casino “La Linterna”, para ver quién
entraba y salía y reflexionar sobre las posibilidades y aptitudes de cada uno.
Me senté en
una mesa apartada y allí me puse a fumar, observando a los habituales y sin
acercarme a ninguna tertulia. Desde aquella atalaya fui pesando los taeles de
cada uno y ninguno daba la talla. O si la daba por unas razones, no la daba por
otras. O bien no reunía las condiciones para la particular plaza de Sajará. Por
lo que se refiere a algunos de ellos, hacerlos alcalde de esta ciudad hubiera
sido darles una puñalada trapera en atención a las razones arriba aducidas.
Entonces vi
entrar a Manuel Serrano Pla y pensé que tal vez él podría entrar en el traje
que le tenía preparado. No le tenía un particular aprecio, pero tampoco era eso
lo que buscaba, sino al futuro alcalde de Sajará. Globalmente, él reunía las
condiciones requeridas.
Tras
concederme unos instantes más de reflexión, decidí abordarlo y consultar
llanamente con él el asunto. Serrano se negó rotundamente. Insistí, pero no
conseguí nada.
Concluido
el plazo, me desplacé a Valencia sin llevar conmigo el lastre de ningún nombre.
Si el cargo debe ocuparlo alguien que no posee el perfil adecuado, ¿por qué
tendría que ser yo quien asuma la responsabilidad de designarlo?
Cuando
llegué a jefatura, ya se hallaba Medina, que así se llamaba el secretario, en
su despacho.
Le mostré
las palmas desnudas y le dije:
-No existe
el hombre que usted busca. No al menos en los niveles en los que yo me muevo.
-Toma
asiento, haz el favor. ¿Qué te parece Miguel Mateu? Ha sido oficial de complemento,
es maestro nacional y creo que lo haría bien.
Miguel
Mateu, seguramente contra su voluntad, era alguien que, a pesar de su
omnipresencia, lograba siempre pasar desapercibido. Quizá ello se debiera a que
era hombre parco en palabras. O porque todavía hasta él mismo se consideraba
forastero.
-Debo
confesar -repuse – que no había pensado en él. Sigo considerando cierto cuanto
le dije el otro día, a saber, que el alcalde de Sajará debe ser un
terrateniente; no existe mejor solución si se quieren evitar conflictos
innecesarios. Pero, como usted dijo, con probar no se pierde nada.
-Pues yo
creo que ya lo tenemos – concluyó Medina con satisfacción. – Ahora tú te
encargas de que el informe del comandante del puesto de Sajará salga favorable.
Eso lo puedes conseguir fácilmente gracias a la amistad que te une con
Calatayud.
Asentí y me
levanté para marcharme.
De regreso
a Sajará, le referí al sargento cuanto habíamos tratado en Valencia y éste se
mostró de acuerdo en todo. Así que fui en busca de Mateu y, entre los tres,
redactamos el informe y le dimos curso.
Al poco
tiempo se cumplimentó la primera etapa del proceso: Mateu era jefe local de FET
y de las JONS de Sajará. Ninguna voz disidente se levantó contra tal provisión.
Pasados varios
días del nombramiento, vinieron a mí unos amigos y me declararon que estaban
recaudando fondos para ofrecer un regalo a Mateu. Yo inquirí por el motivo de
tal regalo y me contestaron que iba a casarse.
-¿Y con
quién? -quise saber. –
-Con la
hija de don Julio Llopis.
Les di mi
contribución sin hacer ningún comentario. Pero fui enseguida en busca de
Calatayud.
-Ya la
hemos errado en el asunto de Mateu.
-¿Y eso?
-Pues
porque se casa con la hija de don Julio Llopis.
-¿Quiere
usted decir que el alcalde de Sajará será don Julio Llopis?
-No señor.
Lo será la mujer de don Julio Llopis.
Calatayud
hizo una mueca de contrariedad.
-Ya nada se
puede cambiar. A lo hecho, pecho.
Tres meses
más tarde, Mateu tomaba oficialmente posesión de la alcaldía.
Mi profecía
no tardó en confirmarse y precisamente en un asunto que me concernía.
Ocurrió que
Jesús Capella, este amigo mío al que ya me he referido antes, estando
catalogado como rojo, no podía desenvolverse social y económicamente, pues los
franquistas o, lo que es lo mismo, la oligarquía local, tradicionalista y
católica a machamartillo, creaba invariablemente una suerte de vacío alrededor
de estos elementos, de tal modo excomulgados e inhabilitados para todo, excepto
para la miseria y la ruina.
Jesús
Capella, por su parte, poseía un almacén, el más grande de la ciudad; sin
embargo, por las razones arriba aducidas, lo tenía vacío, imposibilitado para
desarrollar en él cualquier tipo de comercio. Entonces, secundado por otro
amigo mío, José Cubero, de filiación socialista, tuvo la peregrina idea de
convertirlo en sala de baile, pues acababa de salir en el Boletín Oficial del
Estado un decreto ley que autorizaba la apertura de las mismas, así como de bares
y otros establecimientos similares.
Dado que,
ni uno ni otro, podían soñar siquiera obtener la autorización requerida,
recurrieron a mí, proponiendo que el negocio fuera a mi nombre y ofreciéndome
una parte de los beneficios, participación que no acepté, pero sí consentí en
dar la cara por ellos, pues los sabía en la extrema necesidad.
Ello no
quiere decir que dejara de ver el nublado que se cernía sobre nosotros, ya que
la Iglesia no toleraba el baile y, como me temía, particularmente en Sajará,
contaba con las autoridades civiles para impedirlo terminantemente.
Parafraseando la locución cervantina, les dije:
-Con la
Iglesia toparemos. Pero vamos a intentarlo.
Se gastaron
en el local unas veinte mil pesetas, que esperaban reembolsar cuando éste
comenzara a funcionar.
Una vez
estuvo todo dispuesto, con ayuda del sargento Calatayud, se elevó una instancia
al Gobernador Civil. Dicha solicitud fue denegada y el rechazo me lo comunicó
el mismo Miguel Mateu con el siguiente escrito:
“El Jefe
Superior de Policía en oficio de fecha cinco del actual refiere lo siguiente:
Vista la
instancia que eleva a mi autoridad el vecino de esta localidad don José
Colliure Santamaría, en súplica de autorización para instalar, en el camino de
Dos Pontets de esta villa, un salón de baile para funcionar durante la presente
temporada de 1944-45, he acordado denegar lo solicitado. Lo que se comunica a
Usted para su conocimiento y notificación al interesado, debiendo darme cuenta
de haberlo así cumplimentado.
Lo que
traslado a Usted para que sirva de notificación, debiendo devolverme el
duplicado con el recibí autorizado.
Por Dios,
España y su Revolución Nacional Sindicalista.
Sajará, a 8
de febrero de 1945.
Firmado:
Miguel Mateu.”
Con la
Iglesia hemos topado, a través de la celestial alcahueta que ahora posee ésta
en Sajará, la mojigata Rosario de Llopis, elevada en el momento presente a jefa
de todas las meapilas de la localidad.
Semejante
respuesta tuvo la virtud de crisparme los nervios. No obstante, creí
conveniente no echar la barca al agua prematuramente, de modo que me limité a
replicar con otra instancia. Y finalmente con la que sigue:
“Excelentísimo Señor:
José
Colliure Santamaría, mayor de edad, casado, natural y vecino de Sajará, con
domicilio en la calle de San Antonio Abad, número 25, de profesión escribiente,
a Vuestra Excelencia, con el debido respeto y subordinación, tiene el honor de
exponer:
Que con
fecha ocho de enero de mil novecientos cuarenta y cinco, elevó una instancia al
Ilustrísimo Señor Jefe Superior de Policía solicitando la apertura de un salón
de baile en la calle Camino dos Pontets de esta localidad, respecto a la cual
la alcaldía emitió una información desfavorable, basándose en el hecho de que
dicho local se encuentra en los extremos de la población, por cuya razón no se
podía garantizar la moralidad del espectáculo, si bien no dejaba de reconocer la
solvencia moral así como la afección a la Causa Nacional del que suscribe.
Posteriormente y basándose el que suscribe en las razones arriba
citadas, emitidas por la alcaldía, elevó otra instancia al dicho Señor Jefe
Superior de la Policía en la que ponía de manifiesto la animosidad existente
hacia el exponente por parte de algunos componentes de la Gestora Municipal y
del propio alcalde, motivo que constituye el fundamento real de su información
desfavorable.
Confirma lo
expuesto la circunstancia de haberse celebrado durante las pasadas fiestas de
Pascua numerosos bailes, no en la población, sino en las afueras. Éstos sin el
consentimiento de la autoridad, aunque sin lugar a duda con su conocimiento,
pues era de dominio público y no podían ignorarlo.
Por todo lo
cual, Excelentísimo Señor, ruego a Vuestra Señoría se digne concederle la
correspondiente autorización del expresado salón, para lo cual acompaño los
correspondientes certificados que acreditan la buena conducta y moralidad del
abajo firmante.
Gracia que
espero alcanzar del buen criterio de Vuestra Excelencia, cuya vida guarde Dios
muchos años.
Sajará, a 10 de abril de 1945. “
También
esta solicitud fue denegada. No por ello desistí, pues no podía dejar en la
estacada a quienes habían confiado en mí y habían invertido ya una cantidad
consecuente en el local. Volví pues a la carga, aunque con argumentos que
pertenecían ya a otro registro.
Le referí
al Gobernador que en otros lugares de la geografía española se bailaba y si
acaso la ley en este país se aplicaba por zonas, añadiendo que, si un alcalde
como Mateu no se halla en condiciones de garantizar la moralidad de un salón de
baile, ¿qué ocurriría si se repitiera en España el 18 de julio de 1936?
Que yo no
solicitaba ningún privilegio, sino el cumplimiento de la ley. O bien se deroga
ésta, o bien se autoriza a bailar en Sajará, como se baila en toda España,
incluido Madrid. Nuestra ciudad no puede ser considerada como una excepción sin
motivo que lo justifique.
El
Gobernador no contestaba esta vez, ni con un sí, ni con un no. Me enteré de que
en este asunto intervenía el arzobispo. No lo dejé de la mano. Insistí y el
local fue autorizado.
Desde
entonces hasta la fecha no se ha dejado de bailar en Sajará, pues la juventud
prefiere bailar a cuadrarse las rodillas rezando como hubiera anhelado la
Iglesia, aunque en esos momentos consciente plenamente de que ello no lo podría
lograr mediante la persuasión, sino con la imposición, procedimiento que no
desechaba en absoluto.
Durante
aquellos días, los curas se hacían escoltar por guardias municipales cuando
acompañaban el viático y si algún transeúnte no se apresuraba a descubrirse, el
propio sacerdote hacía un gesto a los guardias para que éstos le propinaran un
puñetazo en medio de la cara y se lo llevaran preso. Algún día la Iglesia
española tendrá que responder de esto y de mucho más.
Entre Mateu
y yo no se ha cruzado una palabra desde que ocurrió este incidente, que fue el
primero. Más tarde ocurrió otro, el que le costó la alcaldía y la jefatura.
Yo no le
perseguí nunca, pero desde aquel momento tampoco dejé pasar una ocasión para
dejarle cesante.
Los hechos
se presentaron del modo que seguidamente expondré. En Sajará, como queda dicho,
el paro obrero era acuciante y, con objeto de paliar sus efectos, se recaudaron
cinco pesetas por hanegada, lo que sumó una cantidad de medio millón.
Sucedió que
un vecino de Sajará necesitaba un carné de parado para un asunto de
Magistratura que yo mismo tramitaba. Se trataba de un antiguo miembro del
Comité durante la guerra, razón por la cual nadie lo quería defender ni apoyar
en lo más mínimo, unos porque había sido rojo, otros por miedo por miedo a
proteger a un rojo peligroso, como así se les consideraba a todos ellos.
Cuando por
fin se decidió a acudir a mi gestoría para encomendarme el caso, ya éste había
adquirido un cariz grave, pues el propietario de la vivienda en que residía, un
tal Segundo Llorca, amenazaba con expulsarle de su domicilio por falta de pago
del alquiler, del que debía ya muchas mensualidades.
Después de
escucharle, le dije:
-Si tú
estuvieras afiliado a la CNS, lo tendríamos todo resuelto.
-¿Basta con
eso para que no me echen de casa?
-Sí
-repuse. –
El hombre
se quedó perplejo.
-Estoy
afiliado a la CNS, pero no comprendo de qué modo ello pueda constituir una
solución al problema.
-En tal
caso, vas a la CNS y pides un carné de parado. Con ese carné, según las leyes
promulgadas por Franco, tú no puedes ni debes pagar la casa, la luz ni el agua.
-Bueno, ocurre que no estoy todos los días
parado, sino que, dos o tres días por semana, trabajo.
-No
importa. Hasta cuatro días de trabajo semanales, puedes exigir el carné de
parado.
El hombre
se alegró y con las mismas se fue a la oficina de la CNS y pidió el carné en
cuestión. No se lo dieron.
Regresó de
inmediato a comunicármelo.
-Vuelve a
ir – le aconsejé, - esta vez con dos testigos. Si no te lo dieran, pasaríamos a
la etapa siguiente.
Tampoco en
esta ocasión se lo dieron, pese a que el secretario, Roberto Fuster, le dijo al
funcionario que dicho carné no podía ser negado. Éste repuso al secretario:
-Son
órdenes del jefe. Y yo debo cumplirlas.
A lo que
Fuster respondió:
-Está bien.
Allá tú y tu jefe.
El motivo
de no querer extender carnés de parado a nadie no era otro que el medio millón
de pesetas recaudado, el cual servía únicamente para pagar a los veintidós
obreros que trabajaban en la obra del Parque Ruíz de Alda, dirigida por Juan
Fuster, y al puñado que también éste empleaba en su taller de imaginería, todos
ellos tradicionalistas, de modo que la Bolsa de Trabajo virtualmente no existía
en Sajará.
El Juan
Fuster estaba combinado con el alcalde y entre ambos manejaban el medio millón
de pesetas.
Cuando me
enteré de la segunda negativa, una noche, a las tres de la madrugada, entré en
la CNS con el secretario a fin de tomar los datos que necesitaba antes de
denunciar el caso al Gobernador. Entonces pude comprobar que se daba un parte
al Gobierno Civil de seis mil quinientos jornales semanales, cuando en verdad
eran tan sólo ciento veintiséis y siempre trabajaban los mismos, es decir, los
obreros de Juan Fuster.
Denuncié el
caso al Gobernador y no sé qué conmoción silenciosa se produjo en la CNS para
que el carné se lo llevaran al propio domicilio de quien lo había pedido.
Cuando se
enteró Segundo Llorca, el dueño de la casa, del giro que había tomado el asunto
y que éste estaba entre mis manos, le dijo a su inquilino que no se apurara,
que cuando pudiera le pagara el año y medio de alquiler que le debía. De este
modo, no fue necesario recurrir a Magistratura.
Por lo
visto, la denuncia no cayó en saco roto, ya que, a los pocos días de haberla
presentado, el secretario de la CNS, Roberto Fuster, me comunicó que el
secretario del Gobernador quería hablar conmigo, en Valencia, a propósito del
caso Miguel Mateu, alcalde y jefe local.
Nos
desplazamos los dos y estuvimos cuatro horas discutiendo el tema. Mateu no era
el hombre idóneo para ocupar estos cargos en Sajará y era preciso relevarlo.
Esta vez no
me comprometí en modo alguno a dar un nombre. El secretario del Gobernador
acabó invitándome, de manera reiterada y apremiante, a que aceptara yo la
alcaldía de Sajará. Hasta tres veces insistió en la propuesta. Me negué
rotundamente. Para que yo aceptara ser de nuevo alcalde, declaré, tendría que
ocurrir un segundo primero de abril de 1939. No obstante, tanto porfió el
secretario que, al cabo, no tuve más remedio que emplear un subterfugio para
librarme de tan embarazosa situación.
-Acepto la
alcaldía -les dije – con una sola condición. Presentaré una lista de los
concejales que han de colaborar conmigo. Y si uno de ellos es rechazado,
también yo me consideraré rechazado.
El
secretario me lanzó una mirada suspicaz, pero repuso:
-Está bien,
presenta esta lista.
Pocos días
después presenté la lista y fueron rechazados todos. Lástima, porque hubieran
constituido un buen equipo.
Transcurrieron unos meses y fue nombrado alcalde Juan Andrés Rodrigo,
quien cumplió con su cometido de manera harto más positiva que quienes le
precedieron y siguieron en el cargo. Se reveló positiva, sobre todo, para la
clase trabajadora. Hasta el punto de que los ricos de Sajará le pusieron el
remoquete de “alcalde del populacho.” Los ricos son como hormigas, que trabajan
infatigablemente y sin tregua para fabricar guerras civiles.
Mateu se enteró de lo ocurrido y nada pudo
objetar cuando yo dije públicamente: “mi informe bastó para hacerle alcalde y
mi informe bastó para relevarle del cargo.” Pero jamás volvió a dirigirme la
palabra.