miércoles, 8 de julio de 2020




            FRAGMENTO DE "CUADERNOS DE POSGUERRA."

      "Cuadernos de posguerra" retoma el hilo de la narración de la saga de los Colliure allí donde la deja "Días de paredón y pan negro", es decir en los primeros años de la posguerra española.


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                               LA ALCALDÍA DE MIGUEL MATEU.


   Mateu era natural de Mallorca y vino a Sajará con las fuerzas de ocupación, de las que era oficial de complemento. También poseía el título de maestro nacional. Le gustó el pueblo y en él sacó profundas raíces.
   No era hombre de muchas palabras, aunque pronto se echó de ver que no por ello carecía de ambición. Al principio debió sufrir como consecuencia del anonimato que, en calidad de forastero, le afectaba y no sabía muy bien cómo desembarazarse de esa suerte de armadura que lo recubría y lo aislaba, pues no era un sujeto muy desenvuelto y proclive a las relaciones públicas; aunque, en su fuero interno, las apetecía, como más tarde se verá.
   No tardó en colegir que, granjeándose mi amistad, podría alcanzar en breve su propósito de obtener cierta popularidad, de la que sacar provecho un día. Con tal objeto, no perdía ocasión de unirse a las tertulias en que yo participaba e incluso a los paseos que, sobre todo en verano, al atardecer o durante la noche, solía dar con el sargento Calatayud. Sin embargo, como ya se ha dicho, hablaba poco, pero sabía escuchar. Era un hombre que marcaba su presencia con un laconismo atento.
   Sucedió que, un día de los días, se presentó en el Ayuntamiento de Sajará el secretario del Gobernador Civil con objeto de practicar una investigación a fondo en los entresijos de la organización local de FET y de las JONS, pues ésta no acababa de cuajar a pesar del triunfo del Glorioso Alzamiento Nacional y la implantación de la Nueva España, con el cortejo de beneficios y privilegios que ello había aportado al pueblo español, sino que iba más bien de capa caída y su balance de implantación podía calificarse sin paliativos de catastrófico. Desde allí se me mandó recado para que compareciera de inmediato ante él.
    Le habían cedido un despacho y un alguacil me condujo hasta la puerta del mismo.
   Di dos golpes suaves con los nudillos y accioné el picaporte.
   -¿Da su permiso?
   -Pasa, pasa.
   Tras una pesada mesa, descubrí a un sujeto corpulento, de aspecto franco, calzando unas antiparras de espesos cristales. Sus movimientos y ademanes eran, empero, vivos y certeros.
   -Toma asiento.
   Al decir esto, removió vigorosamente su voluminoso cuerpo en el suyo.
   -El Gobernador en persona me ha encargado esta misión un tanto particular. Y es averiguar las razones precisas por las que la Falange de Sajará se halla virtualmente muerta. Por cierto, que dijo textualmente estas palabras: “En los momentos que atravesamos, quiero estar en contacto con personas totalmente afectas al régimen, que no sean capaces de cambiar una verdad por una mentira.”
   -¿Y ése soy yo?
   -Por lo menos así consta en el Gobierno Civil.
   -Pues muy bien, aquí me tiene dispuesto a responder a todas sus preguntas.
   -Mi pregunta es muy sencilla: ¿Podrías decirme de qué mala enfermedad ha muerto la Falange de Sajará? ¿O si acaso su fallecimiento debe ser atribuido a malos médicos que no han sabido curarla?
   -La respuesta -repliqué de inmediato – también es muy sencilla. Del mismo modo que nadie pesca sin cebo, tampoco nadie puede vivir siendo de profesión falangista, dejando pasar el día en rezos. Si se quiere mantener una existencia decente, para si y para la familia, hace falta algo más. Ese algo más lo tenían antaño los vecinos de este pueblo eminentemente agrícola. Ahora, sin embargo, los grandes propietarios les están retirando todas las tierras que tenían en arriendo, dejándoles en la más absoluta pobreza. Si la Falange de Sajará ha muerto, no ha sido por enfermedad, sino por asesinato. Y ahí tiene a los asesinos. Pues no son otros que los grandes terratenientes de la localidad.
   El secretario dejó de removerse en su sillón y, mientras me miraba fijamente, se acomodó los anteojos sobre el puente de su prominente nariz.
   -No se nos había ocurrido enfocar el asunto desde esa perspectiva -admitió. –
   A mí, en cambio, la experiencia de la alcaldía de Riera sí me había obligado a hacerlo. El fascismo apeló en su día al pueblo para salvar a la oligarquía terrateniente, que se hallaba a la sazón en el artículo de la muerte, prometiéndole el pan y la lumbre. Sin embargo, llegado el momento de poner trigo bajo la muela del molino, no lo hay, porque la rediviva oligarquía terrateniente no lo da, sino que se lo reserva para ella, negociándolo a precio de usura. Estas tierras son mías, había tronado el conde. Y como son mías, las quiero para mí. Al pueblo se le habían servido triquiñuelas para que comulgara con ruedas de molino, amén de una gran cantidad de balas. Ahora se halla in albis, practicando un ayuno forzoso, por lo que la camisa azul de Falange les viene a todos demasiado holgada. El fascismo social alberga esa contradicción profunda e irresoluble, en virtud de la cual se gana la animadversión de los de arriba y de los de abajo, con lo que, pasado el primer hervor de circunstancias, para mantenerse no le queda otro recurso que el de la férula de hierro. Ahora bien, ya entonces el fascismo social sólo perduraba en las mentes de algunos idealistas ilusos. Franco jamás había sido de los suyos, se había limitado a utilizarlos en un momento dramático para la casta dirigente en España. Luego, durante la posguerra, construyó con ello un aparato de cartón piedra destinado a dar una dimensión social al régimen. Pero su segundo golpe de Estado estaba ya dado. El poder local se hallaba de nuevo entre las manos del cacique y su corte de terratenientes. Su presencia en el Palacio de El Pardo era garante de tal sistema, pero ya no mediante la persuasión, sino mediante los tanques. Restaba por saber quiénes eran los propietarios de esas mentes ilusas e idealistas y quiénes fingían todavía ver gigantes donde sólo había molinos.
   En aquel entonces me pregunté a cuál de estos dos grupos pertenecería el secretario que se hallaba ante mí. ¿Y el Gobernador, o quien quiera que haya escrito ese informe que me concernía, con aquello de “incapaz de cambiar una verdad por una mentira”?
   -Gonzalo Velis -proseguí, - actual jefe local, se ha limitado, con sobrados motivos, a dejar Falange tal como la encontró, ya que otra cosa no puede hacer. Cantando el “Cara al sol” nadie se alimenta y ahora, ¿sabe usted?, lo que más abunda es el hambre.
   -Me satisface mucho tu franqueza – repuso el secretario, ofreciendo a mi contemplación un rostro compungido. – No obstante, urge tomar medidas contra este estado de cosas, ciertamente lamentable. Para empezar, tendrás que darme el nombre de una persona que sea falangista y capaz de gestionar adecuadamente la administración de Sajará, es decir, competente para desempeñar el cargo de alcalde, ya que, en lo sucesivo, el jefe local, según la nueva normativa, tendrá que ser, a la vez, alcalde.
   -Esa persona no existe.
   -¿Cómo es eso posible?
   -No existe en el sentido de que el alcalde de Sajará debe ser un gran propietario, de lo contrario le harán la vida imposible. El cargo de jefe local de Falange lo puede desempeñar alguien que no tenga donde caerse muerto; el de alcalde es harina de otro costal, pues implica tomar medidas administrativas que, muchas veces, deben ir en contra de los intereses de los potentados. Quien ha determinado la fusión de ambos cargos, sabe donde le aprieta el zapato, pues lo ha hecho con objeto de evitar el conflicto que radica en la circunstancia habitual de que el uno es pobre y el otro rico.
   De nuevo mis argumentos sumieron al secretario del Gobernador en un profundo mutismo.
   Al cabo emergió de sus cavilaciones y, lanzándome una mirada vivaz a través de los lentes, me dijo:
   -Con probar no se pierde nada. Te daré un plazo de tres días para buscar al hombre que hace falta. Pasado ese plazo, te espero en la jefatura de Valencia para cambiar impresiones sobre el caso.
   Y así concluyó la entrevista, levantándonos los dos para marcharnos.
   Al día siguiente, por la tarde, me fui para el casino “La Linterna”, para ver quién entraba y salía y reflexionar sobre las posibilidades y aptitudes de cada uno.
   Me senté en una mesa apartada y allí me puse a fumar, observando a los habituales y sin acercarme a ninguna tertulia. Desde aquella atalaya fui pesando los taeles de cada uno y ninguno daba la talla. O si la daba por unas razones, no la daba por otras. O bien no reunía las condiciones para la particular plaza de Sajará. Por lo que se refiere a algunos de ellos, hacerlos alcalde de esta ciudad hubiera sido darles una puñalada trapera en atención a las razones arriba aducidas.
   Entonces vi entrar a Manuel Serrano Pla y pensé que tal vez él podría entrar en el traje que le tenía preparado. No le tenía un particular aprecio, pero tampoco era eso lo que buscaba, sino al futuro alcalde de Sajará. Globalmente, él reunía las condiciones requeridas.
   Tras concederme unos instantes más de reflexión, decidí abordarlo y consultar llanamente con él el asunto. Serrano se negó rotundamente. Insistí, pero no conseguí nada.
   Concluido el plazo, me desplacé a Valencia sin llevar conmigo el lastre de ningún nombre. Si el cargo debe ocuparlo alguien que no posee el perfil adecuado, ¿por qué tendría que ser yo quien asuma la responsabilidad de designarlo?
   Cuando llegué a jefatura, ya se hallaba Medina, que así se llamaba el secretario, en su despacho.
   Le mostré las palmas desnudas y le dije:
   -No existe el hombre que usted busca. No al menos en los niveles en los que yo me muevo.
   -Toma asiento, haz el favor. ¿Qué te parece Miguel Mateu? Ha sido oficial de complemento, es maestro nacional y creo que lo haría bien.
   Miguel Mateu, seguramente contra su voluntad, era alguien que, a pesar de su omnipresencia, lograba siempre pasar desapercibido. Quizá ello se debiera a que era hombre parco en palabras. O porque todavía hasta él mismo se consideraba forastero.
   -Debo confesar -repuse – que no había pensado en él. Sigo considerando cierto cuanto le dije el otro día, a saber, que el alcalde de Sajará debe ser un terrateniente; no existe mejor solución si se quieren evitar conflictos innecesarios. Pero, como usted dijo, con probar no se pierde nada.
   -Pues yo creo que ya lo tenemos – concluyó Medina con satisfacción. – Ahora tú te encargas de que el informe del comandante del puesto de Sajará salga favorable. Eso lo puedes conseguir fácilmente gracias a la amistad que te une con Calatayud.
   Asentí y me levanté para marcharme.
   De regreso a Sajará, le referí al sargento cuanto habíamos tratado en Valencia y éste se mostró de acuerdo en todo. Así que fui en busca de Mateu y, entre los tres, redactamos el informe y le dimos curso.
   Al poco tiempo se cumplimentó la primera etapa del proceso: Mateu era jefe local de FET y de las JONS de Sajará. Ninguna voz disidente se levantó contra tal provisión.
   Pasados varios días del nombramiento, vinieron a mí unos amigos y me declararon que estaban recaudando fondos para ofrecer un regalo a Mateu. Yo inquirí por el motivo de tal regalo y me contestaron que iba a casarse.
   -¿Y con quién? -quise saber. –
   -Con la hija de don Julio Llopis.
   Les di mi contribución sin hacer ningún comentario. Pero fui enseguida en busca de Calatayud.
   -Ya la hemos errado en el asunto de Mateu.
   -¿Y eso?
   -Pues porque se casa con la hija de don Julio Llopis.
   -¿Quiere usted decir que el alcalde de Sajará será don Julio Llopis?
   -No señor. Lo será la mujer de don Julio Llopis.
   Calatayud hizo una mueca de contrariedad.
   -Ya nada se puede cambiar. A lo hecho, pecho.
   Tres meses más tarde, Mateu tomaba oficialmente posesión de la alcaldía.
   Mi profecía no tardó en confirmarse y precisamente en un asunto que me concernía.
   Ocurrió que Jesús Capella, este amigo mío al que ya me he referido antes, estando catalogado como rojo, no podía desenvolverse social y económicamente, pues los franquistas o, lo que es lo mismo, la oligarquía local, tradicionalista y católica a machamartillo, creaba invariablemente una suerte de vacío alrededor de estos elementos, de tal modo excomulgados e inhabilitados para todo, excepto para la miseria y la ruina.
   Jesús Capella, por su parte, poseía un almacén, el más grande de la ciudad; sin embargo, por las razones arriba aducidas, lo tenía vacío, imposibilitado para desarrollar en él cualquier tipo de comercio. Entonces, secundado por otro amigo mío, José Cubero, de filiación socialista, tuvo la peregrina idea de convertirlo en sala de baile, pues acababa de salir en el Boletín Oficial del Estado un decreto ley que autorizaba la apertura de las mismas, así como de bares y otros establecimientos similares.
   Dado que, ni uno ni otro, podían soñar siquiera obtener la autorización requerida, recurrieron a mí, proponiendo que el negocio fuera a mi nombre y ofreciéndome una parte de los beneficios, participación que no acepté, pero sí consentí en dar la cara por ellos, pues los sabía en la extrema necesidad.
   Ello no quiere decir que dejara de ver el nublado que se cernía sobre nosotros, ya que la Iglesia no toleraba el baile y, como me temía, particularmente en Sajará, contaba con las autoridades civiles para impedirlo terminantemente.
   Parafraseando la locución cervantina, les dije:
   -Con la Iglesia toparemos. Pero vamos a intentarlo.
   Se gastaron en el local unas veinte mil pesetas, que esperaban reembolsar cuando éste comenzara a funcionar.
   Una vez estuvo todo dispuesto, con ayuda del sargento Calatayud, se elevó una instancia al Gobernador Civil. Dicha solicitud fue denegada y el rechazo me lo comunicó el mismo Miguel Mateu con el siguiente escrito:
   “El Jefe Superior de Policía en oficio de fecha cinco del actual refiere lo siguiente:
   Vista la instancia que eleva a mi autoridad el vecino de esta localidad don José Colliure Santamaría, en súplica de autorización para instalar, en el camino de Dos Pontets de esta villa, un salón de baile para funcionar durante la presente temporada de 1944-45, he acordado denegar lo solicitado. Lo que se comunica a Usted para su conocimiento y notificación al interesado, debiendo darme cuenta de haberlo así cumplimentado.
   Lo que traslado a Usted para que sirva de notificación, debiendo devolverme el duplicado con el recibí autorizado.
   Por Dios, España y su Revolución Nacional Sindicalista.
                                    Sajará, a 8 de febrero de 1945.
                                     Firmado: Miguel Mateu.”
   Con la Iglesia hemos topado, a través de la celestial alcahueta que ahora posee ésta en Sajará, la mojigata Rosario de Llopis, elevada en el momento presente a jefa de todas las meapilas de la localidad.
   Semejante respuesta tuvo la virtud de crisparme los nervios. No obstante, creí conveniente no echar la barca al agua prematuramente, de modo que me limité a replicar con otra instancia. Y finalmente con la que sigue:
   “Excelentísimo Señor:
   José Colliure Santamaría, mayor de edad, casado, natural y vecino de Sajará, con domicilio en la calle de San Antonio Abad, número 25, de profesión escribiente, a Vuestra Excelencia, con el debido respeto y subordinación, tiene el honor de exponer:
   Que con fecha ocho de enero de mil novecientos cuarenta y cinco, elevó una instancia al Ilustrísimo Señor Jefe Superior de Policía solicitando la apertura de un salón de baile en la calle Camino dos Pontets de esta localidad, respecto a la cual la alcaldía emitió una información desfavorable, basándose en el hecho de que dicho local se encuentra en los extremos de la población, por cuya razón no se podía garantizar la moralidad del espectáculo, si bien no dejaba de reconocer la solvencia moral así como la afección a la Causa Nacional del que suscribe.
   Posteriormente y basándose el que suscribe en las razones arriba citadas, emitidas por la alcaldía, elevó otra instancia al dicho Señor Jefe Superior de la Policía en la que ponía de manifiesto la animosidad existente hacia el exponente por parte de algunos componentes de la Gestora Municipal y del propio alcalde, motivo que constituye el fundamento real de su información desfavorable.
   Confirma lo expuesto la circunstancia de haberse celebrado durante las pasadas fiestas de Pascua numerosos bailes, no en la población, sino en las afueras. Éstos sin el consentimiento de la autoridad, aunque sin lugar a duda con su conocimiento, pues era de dominio público y no podían ignorarlo.
   Por todo lo cual, Excelentísimo Señor, ruego a Vuestra Señoría se digne concederle la correspondiente autorización del expresado salón, para lo cual acompaño los correspondientes certificados que acreditan la buena conducta y moralidad del abajo firmante.
   Gracia que espero alcanzar del buen criterio de Vuestra Excelencia, cuya vida guarde Dios muchos años.
                 Sajará, a 10 de abril de 1945. “
   También esta solicitud fue denegada. No por ello desistí, pues no podía dejar en la estacada a quienes habían confiado en mí y habían invertido ya una cantidad consecuente en el local. Volví pues a la carga, aunque con argumentos que pertenecían ya a otro registro.  
   Le referí al Gobernador que en otros lugares de la geografía española se bailaba y si acaso la ley en este país se aplicaba por zonas, añadiendo que, si un alcalde como Mateu no se halla en condiciones de garantizar la moralidad de un salón de baile, ¿qué ocurriría si se repitiera en España el 18 de julio de 1936?
   Que yo no solicitaba ningún privilegio, sino el cumplimiento de la ley. O bien se deroga ésta, o bien se autoriza a bailar en Sajará, como se baila en toda España, incluido Madrid. Nuestra ciudad no puede ser considerada como una excepción sin motivo que lo justifique.
   El Gobernador no contestaba esta vez, ni con un sí, ni con un no. Me enteré de que en este asunto intervenía el arzobispo. No lo dejé de la mano. Insistí y el local fue autorizado.
   Desde entonces hasta la fecha no se ha dejado de bailar en Sajará, pues la juventud prefiere bailar a cuadrarse las rodillas rezando como hubiera anhelado la Iglesia, aunque en esos momentos consciente plenamente de que ello no lo podría lograr mediante la persuasión, sino con la imposición, procedimiento que no desechaba en absoluto.
   Durante aquellos días, los curas se hacían escoltar por guardias municipales cuando acompañaban el viático y si algún transeúnte no se apresuraba a descubrirse, el propio sacerdote hacía un gesto a los guardias para que éstos le propinaran un puñetazo en medio de la cara y se lo llevaran preso. Algún día la Iglesia española tendrá que responder de esto y de mucho más.
   Entre Mateu y yo no se ha cruzado una palabra desde que ocurrió este incidente, que fue el primero. Más tarde ocurrió otro, el que le costó la alcaldía y la jefatura.
   Yo no le perseguí nunca, pero desde aquel momento tampoco dejé pasar una ocasión para dejarle cesante.
   Los hechos se presentaron del modo que seguidamente expondré. En Sajará, como queda dicho, el paro obrero era acuciante y, con objeto de paliar sus efectos, se recaudaron cinco pesetas por hanegada, lo que sumó una cantidad de medio millón.
   Sucedió que un vecino de Sajará necesitaba un carné de parado para un asunto de Magistratura que yo mismo tramitaba. Se trataba de un antiguo miembro del Comité durante la guerra, razón por la cual nadie lo quería defender ni apoyar en lo más mínimo, unos porque había sido rojo, otros por miedo por miedo a proteger a un rojo peligroso, como así se les consideraba a todos ellos.
   Cuando por fin se decidió a acudir a mi gestoría para encomendarme el caso, ya éste había adquirido un cariz grave, pues el propietario de la vivienda en que residía, un tal Segundo Llorca, amenazaba con expulsarle de su domicilio por falta de pago del alquiler, del que debía ya muchas mensualidades.  
   Después de escucharle, le dije:
   -Si tú estuvieras afiliado a la CNS, lo tendríamos todo resuelto.
   -¿Basta con eso para que no me echen de casa?
   -Sí -repuse. –
   El hombre se quedó perplejo.
   -Estoy afiliado a la CNS, pero no comprendo de qué modo ello pueda constituir una solución al problema.
   -En tal caso, vas a la CNS y pides un carné de parado. Con ese carné, según las leyes promulgadas por Franco, tú no puedes ni debes pagar la casa, la luz ni el agua.
   -Bueno, ocurre que no estoy todos los días parado, sino que, dos o tres días por semana, trabajo.
   -No importa. Hasta cuatro días de trabajo semanales, puedes exigir el carné de parado.
   El hombre se alegró y con las mismas se fue a la oficina de la CNS y pidió el carné en cuestión. No se lo dieron.
   Regresó de inmediato a comunicármelo.
   -Vuelve a ir – le aconsejé, - esta vez con dos testigos. Si no te lo dieran, pasaríamos a la etapa siguiente.
   Tampoco en esta ocasión se lo dieron, pese a que el secretario, Roberto Fuster, le dijo al funcionario que dicho carné no podía ser negado. Éste repuso al secretario:
   -Son órdenes del jefe. Y yo debo cumplirlas.
   A lo que Fuster respondió:
   -Está bien. Allá tú y tu jefe.
   El motivo de no querer extender carnés de parado a nadie no era otro que el medio millón de pesetas recaudado, el cual servía únicamente para pagar a los veintidós obreros que trabajaban en la obra del Parque Ruíz de Alda, dirigida por Juan Fuster, y al puñado que también éste empleaba en su taller de imaginería, todos ellos tradicionalistas, de modo que la Bolsa de Trabajo virtualmente no existía en Sajará.
   El Juan Fuster estaba combinado con el alcalde y entre ambos manejaban el medio millón de pesetas.
   Cuando me enteré de la segunda negativa, una noche, a las tres de la madrugada, entré en la CNS con el secretario a fin de tomar los datos que necesitaba antes de denunciar el caso al Gobernador. Entonces pude comprobar que se daba un parte al Gobierno Civil de seis mil quinientos jornales semanales, cuando en verdad eran tan sólo ciento veintiséis y siempre trabajaban los mismos, es decir, los obreros de Juan Fuster.
   Denuncié el caso al Gobernador y no sé qué conmoción silenciosa se produjo en la CNS para que el carné se lo llevaran al propio domicilio de quien lo había pedido.
   Cuando se enteró Segundo Llorca, el dueño de la casa, del giro que había tomado el asunto y que éste estaba entre mis manos, le dijo a su inquilino que no se apurara, que cuando pudiera le pagara el año y medio de alquiler que le debía. De este modo, no fue necesario recurrir a Magistratura.
   Por lo visto, la denuncia no cayó en saco roto, ya que, a los pocos días de haberla presentado, el secretario de la CNS, Roberto Fuster, me comunicó que el secretario del Gobernador quería hablar conmigo, en Valencia, a propósito del caso Miguel Mateu, alcalde y jefe local.
   Nos desplazamos los dos y estuvimos cuatro horas discutiendo el tema. Mateu no era el hombre idóneo para ocupar estos cargos en Sajará y era preciso relevarlo.
   Esta vez no me comprometí en modo alguno a dar un nombre. El secretario del Gobernador acabó invitándome, de manera reiterada y apremiante, a que aceptara yo la alcaldía de Sajará. Hasta tres veces insistió en la propuesta. Me negué rotundamente. Para que yo aceptara ser de nuevo alcalde, declaré, tendría que ocurrir un segundo primero de abril de 1939. No obstante, tanto porfió el secretario que, al cabo, no tuve más remedio que emplear un subterfugio para librarme de tan embarazosa situación.
   -Acepto la alcaldía -les dije – con una sola condición. Presentaré una lista de los concejales que han de colaborar conmigo. Y si uno de ellos es rechazado, también yo me consideraré rechazado.
   El secretario me lanzó una mirada suspicaz, pero repuso:
   -Está bien, presenta esta lista.
   Pocos días después presenté la lista y fueron rechazados todos. Lástima, porque hubieran constituido un buen equipo.
   Transcurrieron unos meses y fue nombrado alcalde Juan Andrés Rodrigo, quien cumplió con su cometido de manera harto más positiva que quienes le precedieron y siguieron en el cargo. Se reveló positiva, sobre todo, para la clase trabajadora. Hasta el punto de que los ricos de Sajará le pusieron el remoquete de “alcalde del populacho.” Los ricos son como hormigas, que trabajan infatigablemente y sin tregua para fabricar guerras civiles.
   Mateu se enteró de lo ocurrido y nada pudo objetar cuando yo dije públicamente: “mi informe bastó para hacerle alcalde y mi informe bastó para relevarle del cargo.” Pero jamás volvió a dirigirme la palabra. 




jueves, 21 de mayo de 2020

PRESENTACIÓN DE LA NOVELA "DÍAS DE PAREDÓN Y PAN NEGRO".







Para leer el libro en formato papel pulse aquí:
https://books2read.com/u/bMzLa8

“Días de paredón y pan negro” es la continuación de “La acrópolis de los pantanos.” La saga de los Colliure entra ahora en el período de la guerra civil española. Este segundo volumen presenta la situación que se vivió en un pueblo situado en la retaguardia republicana, cerca de Valencia. La trama arranca con los hechos del verano de 1936, durante los cuales el golpe de Estado del 18 de julio constituyó la señal decisiva que desencadenó el inicio de una auténtica revolución, llevada a cabo por los Comités que a tal efecto fueron creados, los cuales se hallaban completamente al margen de las instituciones y del control gubernamental. En la provincia de Valencia estos Comités recibieron el nombre de Comité Ejecutivo Popular y bajo cuya férula se llevaron a cabo, no solamente las expropiaciones de tierras que permitieron la subsiguiente colectivización, sino también numerosas exacciones y crímenes que constituirían lo que más tarde los vencedores de la contienda denominarían “terror rojo.” Pasada la turbulencia de ese verano incendiario, el gobierno de la república recuperó hasta cierto punto el control de la situación, disolvió los Comités e instauró, al menos, un sucedáneo de orden público, aunque éstos cambiaron su nombre y siguieron actuando como una suerte de poder paralelo, si bien con una virulencia menor, hasta el final de la guerra. Concluida ésta, da comienzo un régimen cuartelero, represor y corrupto, el cual, durante los primeros años, excita y canaliza la venganza popular, no sólo contra los autores de los desmanes cometidos durante el conflicto, también contra quienes ocuparon un cargo o asumieron una responsabilidad en partidos políticos y sindicatos. Comienza así el llamado “terror blanco.”
“Días de paredón y pan negro” es una historia de odio y de perdón, en la que se tejen las ideas, los sentimientos y las razones de unos y otros. Por citar una frase de la novela, la guerra civil fue: “… una locura inconmensurable, generalizada, construida con el material de la razón de todos.”


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