sábado, 16 de julio de 2022

UNA MAÑANA DE NIEBLA EN EL PROPIO JARDÍN





 Leer una novela propia, tras casi veinte años de haberla escrito, puede provocar una impresión curiosa, a medio camino entre la del autor y la del lector; el sujeto reconoce, los rememora como salidos de su conciencia, retazos de prosa y descubre otros, caídos por completo en el olvido. Ante sí tiene un paisaje encubierto a veces por densas pacas de niebla, deslumbrante bajo el sol en otras. Sin dejar de reconocer el texto como suyo, se decanta inexorablemente hacia una visión exterior que le obliga a plantearse una serie de preguntas. Entonces siente que el escritor de aquel tiempo comienza a trepar por su espalda para acabar instalándose sobre su hombro izquierdo y, desde allí, procede a responderlas.

   ¿Cuál es realmente el tema de la novela?

   Dos temas -le oí decir – me propuse desarrollar en la obra, los cuales podríamos denominar de este modo:

  1. El vértigo constante de una conciencia, incluso cuando se ocupa de temas insignificantes.
  2. La navegación sin gloria, la navegación de cabotaje, en la que no se pierde de vista la costa.

 Por cuanto se refiere al primero, la primera circunstancia que cabe precisar es que Guillermo Trilla es un nombre motivado, insinúa que su propietario está continuamente trillando, triturando la mies y separando el grano de la paja. Su conciencia muele constantemente su preocupación del momento. Numerosos aspectos de la misma le irritan: la pérdida de tiempo (un tiempo que le falta para la escritura y que también le roba su profesión), la hora tardía de la reunión, el mal tiempo atmosférico que se anuncia, el fracaso del proyecto también y después de todo. Forzosamente hay muchas vueltas atrás en el tiempo del discurso: analiza las circunstancias en las que se vio embarcado, prácticamente contra su voluntad, por no saber decir no, en la construcción de ese hermanamiento entre dos ciudades. El futuro también está en su punto de mira, pues hacia él apuntan sus planes personales, tiene un proyecto literario que desarrollar, unas viejas memorias que duermen en un cajón, unas anécdotas en su recuerdo y debe igualmente aprender a escribir. Y lo trabajan también el mundo de los sueños y los temores y las angustias personales, que tampoco controla. La actualidad del momento que no puede dejar de comentar y el mundo que le ha tocado vivir que no puede dejar de analizar. En suma, un vértigo producido por un vórtice que no acaba nunca de girar.

 El segundo de los temas lo expresa muy bien este proverbio: “Los hay que prefieren ser cabeza de ratón a cola de león.” Y también los hay que por nada del mundo se resignarían a ser cabeza este insignificante animal, prefiriendo pasar de incógnito por el escenario. Estamos en esa franja intermedia de personas, que lo mismo pueden deslizarse hacia lo uno como hacia lo otro. Trillado significa también demasiado usado, banalizado, por lo que ya no presenta novedad ni sorpresa alguna, ni interés. En cualquier caso, incluso para las cabezas de león, faltan las grandes causas de antaño, el sistema se ha ocupado concienzudamente, empleando todos los medios a su alcance, en borrarlas de la faz de la tierra y de ahí esa desconfianza profunda tan postmoderna. Este tema está en relación directa con el del compromiso social del individuo y suele ser fuente de no poca frustración. Además, nadie quiere pasar a la historia al modo del Señor Poubelle… Metido, mal que le pese, en una pequeña causa de esta naturaleza, el indeciso Guillermo Trilla se ve estorbado por una contradicción molesta y el resultado de su misión le produce un sabor agridulce: ha fracasado al tiempo que se ha liberado, pero no importa mucho, ni tenía la misión de Colón, ni la de Magallanes. Ahora bien, el lector deduce con ello que el mundo es un navío que hace agua por todas sus costuras y que, posiblemente, así no vaya a ninguna parte.

   ¿Cómo surgió la idea de esta novela?

   La fábula posee en ella una importancia muy secundaria con relación al discurso. Según ello, el origen habría que buscarlo más bien en mis reflexiones de aquella época respecto a la teoría y práctica de la novela, un tanto acicateadas, no forzadas porque mi interés por el género cabe retrotraerlo hasta la misma infancia, por las oposiciones que tuve a bien pasar unos años antes y recuerdo que en el programa figuraba el Quijote y también la novela hispanoamericana, ejemplificada particularmente con “Hijo de hombre” de Augusto Roa Bastos. Y recuerdo también que el enunciado de la disertación fue más o menos éste: ¿Hasta qué punto puede afirmarse con Milan Kundera que la novela es el género de la complicación? Sin embargo, aquello podría haber dado lugar a otra novela hasta cierto punto distinta por estar apoyada en una anécdota diferente. ¿Por qué precisamente “Navegación de cabotaje”? Pues porque el argumento fue, en gran parte, autobiográfico. La historia del hermanamiento de marras es cierta e hizo que entrara de nuevo en contacto con gentes con quienes compartí un compromiso político tan intenso como frustrante. Y en ese sentido, mi precipitado autoexilio en Francia se parecía mucho a una huida de conveniencia y algo vergonzante, con las contradicciones internas y un ligero sentimiento de culpabilidad que ello supuso. También por el final de opereta que tuvo la aventura, el cual casi resultaría cómico si no fuera porque no deja de ser un signo de nuestros tiempos y del estado en que se encuentra la política.

   ¿Cuáles eran tus influencias literarias o artísticas?

   Mi respuesta es simple, un escritor, particularmente un novelista, debe leerlo todo y dejarse impregnar por todo, sólo así se adensará su prosa. Cierto que esto es una hipérbole y una imposibilidad física. Con ello quiero decir que no debe hacer ascos ni a los géneros, ni a las épocas. Aplicando, por supuesto, su buen criterio, de ello depende su oficio. Cortázar dijo una vez que no entendía por qué la gente sigue hoy en día leyendo a Galdós. Yo no pienso de este modo. En mi opinión, un novelista que quiera escribir en español debe leer todo lo que pueda de Galdós, al menos sus novelas esenciales como “Misericordia”, “Tristana”, “Fortunata y Jacinta” y las de Torquemada y otras, hay mucha tela en Galdós, pero todo es preciso. Como hay que leer a Baroja, a Unamuno y a Valle Inclán, sobre todo a este último, porque todo en él es precioso. Ahora bien, es cierto que no hay que escribir como ellos, porque ha pasado mucha agua por el río.

   Para escribir en el siglo XXI, además de eso y de los grandes clásicos de todos los tiempos y de la Biblia que sigue siendo, desde el punto de vista literario, uno de los ríos más caudalosos de Occidente, y de las Mil y una noches y del Quijote, por supuesto, personalmente me apoyo en estos cuatro pilares: García Márquez, Umberto Eco, Borges y Marcel Proust. Sin desdeñar otros como Ítalo Calvino, de quien proviene la cita inicial de Navegación de cabotaje. El día 11 de septiembre del 2001 di por primera vez una clase de “prepa” literaria y comencé a trabajar “Crónica de una muerte anunciada”. Al llegar a casa, mi esposa me dijo: Pon la tele, que creo que ha ocurrido algo en los EEUU. No dejé de hacerlo durante 12 años, en parte porque, claro, cada año los alumnos eran distintos, pero también porque esa pequeña obrita es inagotable, cada lectura, incluso cada estudio que se hace de ella, aporta algo nuevo, un detalle significativo, una técnica nueva, una expresión feliz que había pasado inadvertida en las lecturas anteriores. He perdido la cuenta de las veces que he leído “El nombre de la rosa.” Por mucho que se lea “El Aleph”, su prodigiosa, impecable y eficacísima estética surtirá su efecto y cada vez nos sorprenderá indefectiblemente la gradación consagrada a Beatriz Viterbo y que culmina con el sintagma: “soy yo, soy Borges.” También recurro a menudo a la autosuficiente prosa de Proust que, como la de la segunda parte del Quijote, reincide en sí misma, se alimenta con su propia carne y acaba por hacer olvidar todo lo demás, argumento incluido.  

   Cela y Umbral han mostrado cómo se puede seguir utilizando la inagotable vena del barroco en la escritura actual. E Isabel Allende, en “La casa de los espíritus,” prueba que el mejor realismo mágico no tiene por qué reducirse a García Márquez.

   Por otra parte, la novela de nuestros días ha acabado pareciéndose mucho al ensayo, adoptando muchas de sus técnicas y recursos, por lo que conviene revisitar también a los grandes ensayistas como Montaigne.

   Sin olvidar otros géneros como la poesía. En mi caso, tuve el privilegio de tener como profesores de literatura en la Universidad de Valencia a los poetas Guillermo Carnero y Genaro Talens, ambos pertenecientes a la llamada generación de los “novísimos,” Castellet dixit. De entre los cuales uno de mis preferidos es Antonio Colinas, el poeta que busca nombrar el numen que se esconde en la tierra.

   ¿Cuáles serían, las costas a las que metafóricamente aludes?

   Esa navegación de cabotaje, la que no pierde de vista la costa, la que no utiliza ni conocimientos ni instrumentos sofisticados, simboliza el conformismo, la negación de la aventura y esas costas que sirven de imprescindible punto de referencia son la rutina, la seguridad cobarde del marinero inexperimentado, o limitado en sus conocimientos, que no cruzará jamás el océano y que, probablemente, ni siquiera se lo ha planteado. El drama de Guillermo Trilla es que encaja perfectamente dentro del molde que fabrica este tipo de personajes, aunque, a pesar de ser por completo consciente de ello, como los polos del mismo signo se repelen, no puede evitar que los otros, que pertenecen poco más o menos a la misma cuerda, le provoquen una cierta desdicha, como dice el narrador de Crónica le provocaba el coronel don Lázaro Aponte.

   ¿Qué tipo de público tenías pensado a la hora de escribir la obra?

   Cualquier escritor, con vocación exclusivamente literaria, dirige todos sus textos a su lector ideal, a quien coloca en un pedestal, por eso se lo pone tan difícil, porque lo cree capaz de realizar la descodificación que lo llevará al mismo producto que él ha concebido en un principio. Ese tipo de lector diestro y eficaz existe. El editor español que, según cuenta la leyenda, le rechazó a García Márquez “Cien años de soledad” lo aprendió a sus expensas y todavía, si vive, se estará mordiendo los dedos, pues esa cumbre de la literatura, esa Biblia de América latina como la calificó Carlos Fuentes, ha sido también, y lo sigue siendo, uno de los grandes best-sellers de nuestro tiempo. Digo esto, por supuesto, salvando las distancias.

   Y en tal punto, sin despedirse, dio un salto y se agarró a una rama baja del abedul, desde la que pasó a otra y luego a otra, hasta que se perdió en la niebla.



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