domingo, 11 de octubre de 2009

INTRODUCCIÓN A LEVIATÁN.

El objetivo de la obra es lanzar a unos personajes sobre una vasta superficie para que, a través de sus vivencias, quede urdido un tapiz representativo del mundo actual, ése que ha producido la crisis financiera y social que aún perdura. Para ello se inspira, cambiando cuanto haya que ser cambiado en materia de nombres propios, o simplemente elidiéndolos, en los casos llamados “Malaya” (que ahora se está juzgando) y “Ballena blanca”, posiblemente imbricados, y también en el caso “Al Yamamah”, que no lo está, pero al fin y al cabo no se trata más que de una ficción, lo cual no impide, por cierto, que este último caso sea presentado, como los otros, con rigurosa claridad, mutatis mutandi, por supuesto. El protagonista es un tipo banal, aunque no desprovisto de ciertas cualidades, uno de tantos que, durante los años 80, terminaron estudios universitarios y luego tuvieron que conformarse con un monótono empleo de oficinista en una empresa cualquiera. Y dando gracias. Tan banal, que no otra cosa sino los celos que le suscita su mujer, secundados por una cadena de casualidades, le propulsan en cuestión de unos meses, porque todo va muy deprisa en nuestros tiempos, a la cabeza de una potente mafia que detenta secretos que resultan bastante inconvenientes para varios gobiernos, lo cual suscita la irrupción de Leviatán en la historia. Tal argumento obliga a profundizar en el estudio de los orígenes de la mafia rusa, bien implantada ahora en nuestro país, y con ello surge una visión polémica, incluso dolorosa para algunos, tanto de la antigua Unión Soviética como de la Rusia de nuestros días, a cuál peor. Pasando, como no podía ser menos, con todo detenimiento, por la España actual, retratando las clases sociales ascendentes y la política en particular, realizando finalmente un inciso en las vicisitudes de la política británica, estadounidense y de ciertos países del oriente medio. La estructura mediante la cual queda encuadrada y encauzada la novela (536 páginas a doble espacio en formato word) tiene la forma de una conversación entre dos personajes, un asesino a sueldo, conocido como Leviatán, y el padrino de una mafia que ha surgido y se ha desarrollado de una manera fulgurante a expensas de otras; circunstancia que atrae, a pesar suyo, la atención del primero, quien incitará una y otra vez a su interlocutor a exponer los pormenores de su ascensión, antes de ejecutarlo. La posición pues de Leviatán en la historia está entre la de ese genio de “Las mil y una noches” que urge al pescador indefenso a elegir su muerte y la del gato que juega indefinidamente con el párvulo ratón, a quien parece tratar con toda delicadeza para no estropearlo demasiado con sus zarpas, antes de tiempo. El discurso comienza pues al final de la historia, lo que permite a ambos personajes comentarla y sacar conclusiones, a veces prematuras, después de todo. Lo esencial de la navegación lo haremos instalados en el punto de vista de ese gerifalte mafioso que defiende, obviamente, su hechura, aunque con un superávit de aplomo y de orgullo que sorprende por su absoluta inadecuación a la situación que está viviendo. Su discurso será pues, por lo general, fluido, aunque sobrio, y sereno, como si estuviera conversando en la terraza de un café. El contrapunto a esa voz lo dará la palabra bronca de Leviatán, un bajo profundo. El contenido de dicha conversación fue grabado por un mecanismo automático que lo almacenó en una página web. Al lector se supone que le llega a través de esta grabación. Por lo tanto, éste debe recibir un conglomerado gráfico, sin guiones ni elementos diferenciadores de discurso, correspondiente al conglomerado fónico que recibirían los oídos de quien escuchara. Ambas voces están lo suficientemente individualizadas como para que esto sea posible sin que el lector llegue a perder las hebras del tejido narrativo. Más aún, el procedimiento se puede extender, y de hecho se ha extendido, a los personajes que surgen del discurso. Por cuanto se refiere a la temática, la novela hunde sus raíces, como ya lo había hecho Melville en “Moby Dick,” en el feraz limo del “Libro de Job”, cuya interpretación por parte de Jung sembró, en su momento, notable desconcierto. O dicho de otro modo, el tema principal es la posición del hombre frente a la potencia arbitraria de la Naturaleza. Otro eje temático lo constituye la seducción que evoca en el alma humana el usufructo del poder. Los acontecimientos se precipitan con tal rapidez ante el desprevenido protagonista que éste no tuvo tiempo para tomar, como Ulises, precauciones para resistir ante semejantes cantos de sirena. De este modo, se verá arrastrado, no sin lucha, por esa repentina sed de dominio del entorno, que siempre es hostil. La acción transcurre principalmente en una ciudad mediterránea que no se nombra, cerca del paraíso fiscal de Gibraltar. Si bien una parte considerable de la misma se despliega en Moscú y, en menor medida, en otras ciudades europeas. A través de todas ellas se encadenan las peripecias de un nuevo tipo de pícaro, un pícaro del siglo XXI que trabaja con móviles y ordenadores trucados, inmiscuyéndose en las vidas de los demás y sacando partido a sus secretos. Así, pronto se encuentra con los hilos de una trama de corrupción político-financiera, conectada a terminales de naturaleza mafiosa, entre las manos, aspirado hacia arriba por un movimiento en espiral que acabará confrontándolo a dos razones de Estado. Y como consecuencia principalmente de la segunda de ellas, a Leviatán. El texto pone de manifiesto una fisura por la que hace aguas a menudo la democracia española, se trata concretamente de la utilización fraudulenta, por parte de políticos corruptos, de la llamada ley del suelo. Y muestra asimismo, en un orden de cosas con frecuencia muy próximo al anterior, cómo el capitalismo financiero, con sus pasadizos secretos por los que circula sin control el dinero y sus paraísos fiscales, constituye un inmejorable caldo de cultivo para el progreso de las mafias. La novela pretende contar una historia que ocurre en la España de los últimos días, notablemente distinta de la de hace tan sólo diez años, integrada por un tejido social en el que se entrecruzan hebras de los más variados y remotos orígenes. El censo de sus personajes incluye el aporte étnico proveniente de la Europa del este y del Magreb, con el cual habrá que contar, en adelante, para establecer una nueva aproximación a la identidad nacional. Lo que diferencia la novela de los restantes géneros narrativos, es que aquélla debe presentar al lector una visión del mundo. “La hora de Leviatán” no es sólo una historia bien trabada desde el principio hasta el fin, con unos resquicios en este último que permiten sacar los hilos de un final abierto, sino que, entre los dos antagonistas que pasarán la noche entera engarzando una conversación, por momentos extremadamente tensa pero que también encontrará la ocasión de remansarse en un diálogo sereno de raíz platónica, construirán, a pesar de su oposición, como dos columnas de color y forma distintas pero que entre ambas sujetan un mismo dintel, una visión del universo de factura mental que debe integrar el problema del mal y de la crueldad. Por su argumento y por su patente actualidad, y también por el hecho de que en ella se plantea una problemática aún no resuelta que afecta al entero cuerpo social, considero que la obra puede ir dirigida al gran público. Pues, si bien la dificultad de lectura que implica la ausencia de la correspondiente puntuación indicadora de cambio de interlocutor, así como toda la parafernalia de deícticos y verbos dicendi que tanto carga la narración con su redundancia inútil y que, por otra parte, hay que excluir, por razones obvias, de este texto, no debería arredrar al lector medio, una vez haya comprendido que se trata sencillamente de una grabación, cuyo estilo y forma constituyen un molde que se presta de modo particularmente adecuado a la escritura desatada. Sin embargo, más allá de un intento de reflejar una circunstancia, las dos entidades que dialogan como desde el interior de una cámara sometida a una gran presión dramática, pues si el uno posee la fuerza (en una proporción casi mítica, sobrehumana) y el dominio absoluto de la situación, el otro parece guardar un as en su manga, pasan revista indirectamente a una serie de temas de trascendencia universal, como pueden ser la muerte, en realidad el tercer personaje en presencia, mudo pero que acecha en la sombra, escuchando toda esa verborrea y aguardando su turno para actuar, la oposición entre deseo de poder y moral, el amor como una flor de invernadero amenazada por una atmósfera corrosiva, el poder de la palabra y el de la voluntad sobre un mundo que es pura conciencia, como enseñó el obispo Berkeley, y el tema del hombre como genuino objeto de una transformación alquímica que, a través del dolor, el esfuerzo, la experiencia y el discernimiento, acaba convirtiéndose en la verdadera piedra filosofal, siempre y cuando todas las etapas hayan sido correctamente consumadas. Ejes, pues, de reflexión que dan espesor y hacen que el texto vaya más allá de una simple novela de aventuras, que también lo es, o de un estudio con vocación científica de una etapa particular del capitalismo. La cita previa de Pascal marca la pauta de un ritmo acelerado, el mismo que experimentaría una sociedad desplazándose a bordo de una aeronave supersónica, guiada por un piloto ciego y dotada de instrumentos de navegación poco fiables. En otras palabras, el tipo de sociedad que, en este momento preciso, está señalando sus límites con la precisión de un puntero.

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