miércoles, 17 de septiembre de 2008

FRAGMENTO DE "EL IRRESOLUBLE DILEMA DE AUGUSTO NEGROPONTE"













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Por la mañana recibí una llamada de la policía. Un inspector de la Brigada Criminal, nada menos, solicitaba una entrevista conmigo. Se excusaba por no poder llegar sino hasta bien entrada la noche, pues debía tomar el tren desde París y no podría hacerlo antes de media tarde. Le repuse que no tenía la menor importancia pues en aquellos días solía trabajar hasta la madrugada. Me hice la ilusión, sabiendo que se trataba sólo de una ilusión, como alguien podría disfrutar imaginándose por ejemplo ser el único descendiente de los Romanov y que su adscripción a dicha familia había sido guardada en el más absoluto secreto hasta para él mismo, aunque ya se estaba produciendo la anagnórisis, pero todo ello como quien se cuenta una película que no conoce, de que la policía, encontrándose en un callejón sin salida con respecto a un asunto de la mayor importancia, venía a recabar consejo en la persona de un escritor conocido por su prolífica fantasía y por su dominio de la metodología criminal, sólo que yo no era conocido en Francia, salvo a través del artículo que acababa de ser publicado. En fin, pelillos a la mar…. Hacía un calor insólito para un país en que la humedad es muy capaz de alcanzar el mismo corazón del verano, y quedarse allí a sus anchas. Con objeto de refrescar la casa, en cuanto cayó el sol, dejé todas las ventanas abiertas, instalándome en el jardín con el firme propósito de trabajar al menos hasta la llegada del inspector. ¿Qué diablos querrá de mí un inspector de la Brigada Criminal? Recuerdo que me sentía incómodo, con la ingrata sensación de estar siendo observado desde algún punto situado detrás de la espalda, faltó poco para que acabara retirándome a la casa pero me contuve, achacándolo todo a aprensiones sin fundamento, como era lógico que lo hiciera. Y seguí apilando uno tras otro los exámenes que iba corrigiendo. Serían las diez y media cuando tuve la necesidad de un café. Ni siquiera traté de encender la luz del interior de la casa, pues sabía por experiencia que la proveniente de la lámpara situada sobre la mesa del jardín, penetrando a través de las puertas cristaleras, sería suficiente para orientarme hasta la cocina. Fue así como, al entrar en el salón, me encontré de manos a boca con la figura de un hombre recortada contra la ventana del fondo, la cual, por efecto de la claridad procedente del alumbrado público, hacía una función semejante a la de una pantalla. El caso es que pude percibir su silueta con una nitidez percuciente. Viendo que me había percatado de su presencia, el individuo avanzó en silencio hacia mí. Su mano derecha empuñaba un objeto alargado, seguramente un tubo. En la penumbra no llegaba a distinguir bien sus rasgos. Sin embargo, lo poco que conseguía vislumbrar no me resultaba del todo desconocido. -¿Quién es usted?-acerté a decir.- Mis palabras lograron detenerle, como si hubiera formulado un conjuro. Hubo, no obstante, un silencio prolongado. -Me llamo Augusto Negroponte –respondió al fin.- Y usted me conoce muy bien. -Para mí, Augusto Negroponte no es más que el personaje de uno de mis cuentos. -No –replicó vivamente.- Augusto Negroponte es mucho más que eso…. Luego, más apaciguado, añadió: -Augusto Negroponte es un asesino. Pero eso sólo lo sabemos usted y yo. Por ello he venido a matarle. He dudado bastante, ¿sabe usted? Matándole, mi situación alcanza un estado crítico. Sin embargo, dejarle vivir es mucho peor, porque usted conoce todo, hasta el menor detalle, igual que si me hubiera estado viendo durante todo el tiempo que permanecí en la casa. Tiene noticia hasta del género de novelas que leía para que la espera no se me hiciera tan larga. La policía, presumo, no tardará en interrogarle o acaso usted tenga otros planes….. En cualquier caso mi seguridad se encuentra en peligro estando usted con vida. Frente a tal suma de conocimientos, no es posible concebir defensa alguna. Me gustaría saber cómo lo averiguó todo, ¿dónde estaba escondido? Si quiere que le diga la verdad, creo que estoy aquí sólo por eso, o más que nada por eso. Cuanto sé decir es que usted merodea la casa desde hace algún tiempo. Lo he estado observando toda la tarde con ayuda de unos prismáticos. Y he reconocido, en efecto, en usted al individuo que me sorprendió hace unos meses mirándole las grupas a mi mujer, nada más salir por la portilla de mi finca. Debe explicarme cuál es su juego. Cuál es su secreto. -¿Qué ganaría con ello? Pareció dudar. -Poca cosa, es cierto…. Un poco de tiempo, tal vez. -Puedo decirle la verdad, si quiere. Pero no es seguro que usted vaya a creerla. -Probemos a ver…. -Todo el argumento del cuento es una historia inventada, creada de la nada. Bueno….a partir de una mirada, precisamente la que usted acaba de mencionar…. « Por una mirada un mundo…. ». Pero usted no conoce estos versos, ni tiene cara de poeta. -¿A quién le importan unos versos? Cuando, por detrás del hombro de Augusto Negroponte, vi aparecer la silueta de un hombre que lucía un elegante sombrero pajizo y una chaqueta de verano, desabrochada, empuñando una pistola, supe que el tiempo, a veces, lo es todo. -Un solo movimiento y es hombre muerto –dijo el recién llegado, sin demasiada originalidad, lo que yo le perdonaba incondicionalmente.- Otro hombre armado surgió a mis espaldas y un tercero encendió la luz al tiempo que entraba en el salón. Augusto Negroponte soltó el tubo de plomo, con el cual provocó un ruido siniestro y profundo al caer en el suelo, dejándose poner las esposas sin oponer resistencia. Se lo llevaron. Salieron todos tras él excepto el policía que había entrado en primer lugar. -Mi nombre es Fabien Longuet –me dijo tendiéndome la mano.- El inspector con quien ha hablado usted esta mañana. -Encantado. -Hay policías que sólo se dedican a leer los periódicos, ¿sabe usted? Todos los periódicos. Y hoy ha sido publicado un artículo que ha atraído poderosamente nuestra atención. -Lo sé. -Inmediatamente envié a unos detectives con objeto de tener bien vigilado a Augusto Negroponte y encontraron que no se hallaba en la casa. El inspector Longuet echó una ojeada a su alrededor. -¿Podemos sentarnos? -Por supuesto. Le indiqué con un gesto el sillón y me acomodé en el sofá. -¿Le molesta que fume? -En absoluto. Me levanté un momento y puse un cenicero sobre la mesa baja, pero él ya había encendido su pipa y exhalaba una densa bocanada de humo gris, generosamente perfumado. -Con lo que le hemos oído decir, unido a lo que acaba de hacer, hay material más que suficiente para procesarle. Sin embargo, « El enigma del pintor despavesado » no está completamente resuelto. -Soy consciente de ello. El inspector Fabien Longuet fumó en silencio durante unos segundos que se me hicieron largos. -Por lo que se refiere al apellido del matrimonio originario, se equivocó usted ; los nombres son sin embargo correctos. En cuanto al nombre y apellidos del agente de seguros son ambos exactos, pero según deduzco de su reciente conversación con el inculpado los obtuvo seguramente echando un vistazo al buzón, cuando la nueva pareja se hallaba ya instalada en « La Mare aux Loups ». Conociendo el carácter reservado de nuestros archivos, el resto es un misterio y la pregunta de Augusto Negroponte es perfectamente legítima : ¿cómo diablos averiguó usted todo eso ? -La respuesta sigue siendo la misma. La única que conozco. Todo surgió de una sola mirada. Ni siquiera leí los nombres y el apellido en el buzón, como usted supone. El inspector me echó una vista profunda pero al mismo tiempo distraída, como si sus ojos estuvieran escrutando hacia adentro, envuelta en una nube de humo gris. -Bien. Entonces no me queda sino darle las gracias por todo –se levantó.- -Gracias a usted.



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