miércoles, 17 de septiembre de 2008

DE LO NEGRO Y DE LO OSCURO. FRAGMENTO

Mira, Casiano, le dije sin lograr apartar mis ojos fascinados de su mano, es con ésta la tercera vez, durante los últimos cinco años, que oigo una historia semejante, ocurrida por estos pagos, en la cual interviene ese señor de blanco. Y siempre que aparece él, de una manera o de otra, se produce, en el plazo de veinticuatro horas, la muerte de alguien que ha tenido algo que ver con el suceso. Todo esto es muy extraño, lo sé. Pero en Sajará, cuando uno ha vivido más de un año, ya no sabe si es de este mundo o del otro. Casiano se me quedó mirando un buen rato de hito en hito. Luego echó un vistazo a su alrededor para comprobar que el parque seguía tan despoblado como un saco boca abajo. También yo alcé la vista y luego, presintiendo una revelación, barrí lentamente el entorno con la mirada. Las rosas poseían, en el silencio palpitante de esa tarde dorada, el rojo de la sangre aún viva. Entonces abrió la cremallera de la misteriosa bolsa y sacó una pistola cuidadísima, reluciente. El cañón y las partes metálicas bruñidos como sólo puede conseguirlo alguien que no tiene otra cosa que hacer en la vida, la culata abrillantada con cera cara y fanatismo. En caso de disparar, las balas saldrían probablemente bañadas en aceite, como buñuelos de metal. Sea como fuere, si alguna vez tengo la dicha de cruzarme con ese tipo, le alojo incontinente una bala entre las dos cejas y lo hago bajar al infierno de donde acaso provenga. Es la única ilusión que me queda.

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